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martes, 29 de octubre de 2013


Visitar la región Nasa fue una experiencia vital. El contundente paisaje genera algo contradictorio y emotivo. Es como estar en el presente viviendo muchos momentos históricos. Las tumbas de Tierradentro son alucinantes y hacen que uno se devuelva en la historia miles de años. Algunas casas y modos de vida te hacen sentir en la colonia. Pero la inteligencia y la visión futurista del pueblo Nasa es acorde a nuestra condición de habitantes del planeta Tierra aquí y ahora. Lamentablemente, la única constante histórica que se mantiene en la región –y en el país– es, al parecer, la discriminación hacia los pueblos indígenas.

Poder hablar de la coca desde un enfoque "blanco" –sin que ese enfoque blanco signifique cocaína– me llena de satisfacción. En Europa y Norte América –tal vez gracias a la mala prensa y al desconocimiento total de la realidad– la coca siempre es mirada como "la mata que mata". Pero recorriendo el territorio Nasa uno descubre que no es así. Y que términos como glifosato, erradicación y sustitución de cultivos deberían desaparecer de los discursos del gobierno y los protectores de la moral y las buenas costumbres del mundo.

Recorriendo la región Nasa desde uno de los centros de acopio y al ver la organización, el trabajo serio y entregado de los indígenas con su coca, pensaba que si durante años el monocultivo del café fue la base de la economía en Colombia y si hoy su producción está en crisis, el cultivo de la coca bien manejado y concebido podría ser una muy buena opción económica de diversificación agrícola. Si la coca comprobó desde la ilegalidad que genera ganancias económicas exorbitantes, es hora de buscárselas desde la legalidad.

La coca, a diferencia del café, es una planta nativa que nace de manera silvestre en los valles andinos de este país: no necesita grandes cantidades de insumos, pesticidas, fungicidas ni abonos para cosecharse. Si por fin se mira y se retoman los saberes ancestrales de los pueblos indígenas, podría convertirse en una sabia y ancestral respuesta a la crisis agraria que padece Colombia, y en una contundente competencia frente a tanto producto foráneo que nos llega con los TLC, que están tan de moda.

Probablemente Estados Unidos, Europa y Asia tienen mucho arroz, maíz, trigo, cebada y aun café para traernos, pero les aseguro que no tienen ni la producción ni el saber ancestral de los indígenas Nasa para cultivar y cosechar la coca. Desconocer los beneficios de una planta nativa que a través de miles de años ha demostrado sus bondades y hoy todas sus posibilidades comerciales es negar la historia y la esencia agrícola y cultural de los pueblos americanos.

Después de este viaje, estoy seguro de que la coca no es una maldición, sino una respuesta, que va acorde con la campaña que promociona el país adentro y afuera. "La respuesta es CO", claro, la respuesta es CO-ca, pero para que eso se entienda, toca empezar por difundir y entender que ninguna mata mata y que "Coca no es cocaína".






domingo, 27 de octubre de 2013

Territorio Nasa



Aunque en el Cauca la mayoría de la población es indígena, estas comunidades fueron invisibilizadas por una clase dirigente tradicionalmente “blanca”, que perpetuó la misma sociedad conservadora y excluyente de la colonia y logró borrar durante siglos del imaginario de los colombianos que es un departamento indígena. Hastiados de esa situación, en las últimas décadas estas comunidades se han organizado política y socialmente. Hoy son un aguerrido pueblo que exige y hace respetar su cultura y sus derechos.

Llegué hasta la región Nasa remontando la cordillera por carreteras y trochas en regular estado. En este recorrido uno se va encontrando con pequeños resguardos protegidos, en donde se ve una gran actividad comunitaria protegida por una pacífica Guardia indígena. La mayoría de casas están dispersas por la montaña, en medio de parcelas o tules –como las llaman ellos–.

Cada familia cultiva en estas huertas caseras fríjol, plátano, café yuca y, por supuesto, su “dosis personal de coca” –no más de unos cientos de matas–. La coca cosechada la usan para mambear (masticar) en sus largas caminatas y jornadas de trabajo, como medicina, como alimento y como parte esencial de sus rituales de limpieza, sanación e iniciación.

La sobrante es llevada al centro de acopio de Nasa–Esh’s (Coca–Nasa), como se llama la empresa creada por la comunidad, en donde fabrican jabones, cremas, ungüentos, ron, galletas, tortas, gaseosas energizantes y aromáticas puras o combinadas con menta, manzanilla, etc. Los recursos obtenidos con la venta de esos productos son utilizados en construcción de escuelas, centros comunitarios, arreglo de caminos veredales o en cualquier obra que priorice la comunidad. Nasa–Esh’s es una próspera empresa que demuestra que el cultivo de la coca no es exclusivo ni directamente proporcional a la fabricación de cocaína.

Aunque las licencias sanitarias y comerciales para la producción y distribución de productos han sido suspendidas, reestablecidas y vueltas a suspender constantemente, la comunidad está dispuesta a ir a hasta las últimas consecuencias en la defensa de su empresa. Argumentan, por un lado, que cada hoja de coca que se usa en sus productos es una hoja de coca menos para el narcotráfico, y por otro, el respaldo la constitución del 91, que ampara totalmente la defensa de sus costumbres y su cultura.

Gracias a que los Nasa me han permitido entrar en su territorio y conocer parte de sus vidas, aprendo en estos resguardos a ver la coca con otros ojos. Con los ojos de quienes jamás la convirtieron en un alcaloide ni en un gran cultivo que arrasa la selva, y mucho menos, como “la mata que mata”. El cultivo de coca es visto como un generador de sustento, de paz y de armonía con la naturaleza, con el universo y con ellos mismos.






jueves, 24 de octubre de 2013

En busca de la mata que no mata



En los próximos días visitaré la región Nasa, ubicada al oriente del departamento del Cauca, en límites con el Huila. Allí se encuentra una de las zonas arqueológicas más interesantes de Colombia: Tierradentro, un complejo de hipogeos o tumbas subterráneas con apariencia de cómodos apartamentos para la vida eterna. Aunque obviamente me daré el paseo por estas monumentales tumbas, no voy detrás de la arqueología, si no de la coca. Léase bien: de la coca, no de la cocaína.

En la región Nasa los indígenas crearon un proyecto con el que pretenden hacer una defensa cultural y social del cultivo de la coca, planta que para la gran mayoría de los pueblos indígenas de Suramérica es sagrada y hace parte integral de su cultura.

La siembra y recolección de la coca se prohibió en Colombia siguiendo los tratados y leyes internacionales para erradicar todos los cultivos que puedan ser usados en la producción de estupefacientes. Pero los Nasa, tomando como lema “Coca no es cocaína” y amparados en la Constitución del 91, que protege por encima de todo sus valores ancestrales y culturales, han hecho una sorprendente y pacífica defensa de su cultivo. Para ello han tenido que enfrentar batallas legales con el Estado colombiano, con organismos e instituciones internacionales y hasta con poderosas multinacionales como Coca–Cola. De todas ellas han salido victoriosos, gracias a sus imbatibles argumentos culturales.

Acompáñenme a este interesante recorrido por imponentes paisajes y monumentos únicos. Conoceremos las rutas, la historia y las historias de la coca, en donde los protagonistas no son Pablo Escobar ni ninguno otro de los grandes capos de la droga, sino hombres y mujeres del común que pretenden salvaguardar su cultura y su esencia.






martes, 22 de octubre de 2013

Me despido de la Nación Wayúu



El palabrero siempre me resultó una figura inquietante y debo confesar que muchas veces su afán por pedir dote (pago) por todo, me generaba cierta incomodidad. No me sentí bien de tener que pagar por las entrevistas, por las fotografías o por la captura de cualquier imagen, estuvieran o no presentes personas dentro del encuadre.

Dando vueltas y vueltas en mi chinchorro, tratando de borrar esa sensación de que se está siendo "vacunad" a cada paso, se me ocurrieron tres hipótesis. La primera, que las comunidades se aprovechan de esa "exotización" que se ha hecho de ellas y generan una especie de identidad estratégica que se vuelve en algunos casos una fachada o un mecanismo de protección y de blindaje cultural. La segunda, que se trata de algo parecido a lo que sucede con la democracia gringa: generosa y respetuosa de la libertades en su territorio, pero voraz hacia afuera. Y la tercera, que simplemente se trata de un choque cultural: él me mira con ojos de wayúu, yo lo miro con ojos de arijuna. Y no de arijuna cachaco, sino de arijuna extranjero, lo que agrava más el asunto.

Tal vez la más acertada sea la última, o tal vez sea una mezcla de las tres, eso tendré que decantarlo. Lo cierto es que de esta visita me quedó la certeza de que a pesar de que el plástico se ha ido apoderando del desierto, La Guajira es una región potente, con personalidad, con un paisaje contundente y mágico. Y que el palabrero es un personaje con una carga ancestral, cosmogónica y cultural muy grande, digno de todo mi respeto y admiración, y que sin duda tiene mucho que aportar y enseñar al sistema normativo arijuna.




domingo, 20 de octubre de 2013

El palabrero, un símbolo de la cultura wayúu



Aunque La Guajira siempre me atrapa, en este viaje más que quedar sorprendido con el paisaje, lo quedé con la cantidad de bolsas plásticas enredadas en los cactus, que parecen asfixiarlos. Esto evidencia el abuso y poco cuidado de los arijunas visitantes con el ambiente y deja herido el discurso cosmogónico del cuidado y el amor de las comunidades indígenas por la madre tierra.

Me sorprendió también la cantidad de camiones que transitan por los caminos invisibles del desierto que ocultan lo que transportan y que, indudablemente, me recuerdan que estoy "allá en La Guajira arriba, donde nace el contrabando". Por aquí ruedan en la ilegalidad, mercancías, licores, armas, drogas, gasolina y hasta personas.

Llegar a las rancherías y compartir con los wayúu hace que se borre esa mala impresión inicial. Las rancherías wayúu son espacios de amabilidad y convivencia. En algunos de estos territorios casi autónomos las costumbres ancestrales de esta cultura se mantienen intactas, pero en otros, han cambiado.

Por ejemplo, no en todas las rancherías se conserva el encierro de las niñas con su primera menstruación: en algunas lo siguen haciendo rigurosamente por un año y conservando las duras reglas. En otras se hace por meses y, en otras, solo por semanas o días.

Este cambio de costumbres se evidencia también en la dote o pago que reciben las familias o personas víctimas de una afrenta: antes solamente se hacía en especie: chivos, vacas, marranos, collares, mantas, etc. Ahora se recibe en dinero en efectivo, carros, casas o locales comerciales en cualquier lugar. Al ritmo que avanza la cosa, no dudo que muy pronto los palabreros anden con datáfonos en sus mochilas.

A pesar de los cambios y la "occidentalización" de la cultura wayúu, la figura del palabrero o pütchipü’u, como se le conoce en lengua wayunaiki, se mantiene intacta.

Aunque La Guajira ha sido invadida por la gran minería, el contrabando de todo tipo, los grupos armados y los comerciantes de Medio y Lejano Oriente, aquí las cárceles, los calabozos y los búnkeres no existen, pues la restitución, la reparación y la reconciliación por medio de la dote es el único castigo que se recibe como pena. A través de los siglos, el palabrero ha conservado su misión de agotar la palabra antes que la vida y este es un ejemplo que deberíamos seguir los arijunas.







jueves, 17 de octubre de 2013

Próxima parada: La Guajira


Mi próximo viaje es a la gran Nación Wayúu, un territorio binacional que comparten Colombia y Venezuela, en donde no existen fronteras y del que hace parte la península de La Guajira.

Aunque La Guajira y los wayúu tienen una inmensa riqueza cultural y geográfica para mostrar, hablaré principalmente del personaje encargado de administrar e impartir justicia dentro de su sistema normativo: el palabrero, figura declarada por la Unesco patrimonio oral e inmaterial de la humanidad.

Puede parecer que se ha hablado mucho sobre este personaje, pero como arijuna -así llaman los wayúu a todo aquel que no lo es- considero que el palabrero es una figura símbolo a la que tenemos que volver una y otra vez para ratificar la importancia del diálogo y la palabra en la resolución de conflictos.

El palabrero representa la paz y la reconciliación. Su don y dominio de la palabra hacen que generalmente resulte maravilloso escucharlo, aunque es innegable que no todos cautivan, que algunos parecen simples charlatanes o negociantes y, de entrada, casi logran desvirtuar esta importante figura.

Acompáñenme a este recorrido por la Baja, Media y Alta Guajira para descubrir, junto a estos personajes, la magia de esta región y de la cultura wayúu que sigue viva soportando y sobreviviendo a las innumerables conquistas e invasiones de los arijuna.

No te pierdas el próximo episodio de esta travesía este domingo a las 10:30 p.m. por Señal Colombia.





martes, 15 de octubre de 2013

Adiós, Quibdó


Quibdó me dejó con sentimientos encontrados: por un lado está toda la calidez, agudeza, talento e inteligencia de su gente; por otro, los problemas de corrupción, olvido y exclusión que han padecido históricamente y que consciente o inconscientemente siguen ayudando a perpetuar.

El fútbol sigue siendo la única esperanza para muchos, pero no es ajeno a las dinámicas presentes en los demás escenarios de la vida política y social del departamento. A pesar de los grandes obstáculos, los jóvenes y niños siguen entregados, esperando a ser mirados o por lo menos a tener unos escenarios deportivos dignos, en los que puedan desarrollarlo y demostrarlo.

Muchos de los que han salido no han logrado adaptarse a un mundo que les resulta ajeno y hostil y regresaron para trabajar generalmente en la minería, la construcción o “rapimoteando”, que es como le dicen a conducir una mototaxi.

Ni la ciudad de Quibdó ni el departamento del Chocó tienen un equipo en alguna de las categorías del fútbol profesional colombiano, pero los jóvenes y niños chocoanos siguen apostándole al fútbol como su más honesta y sincera opción de vida. Y para ellos es muy importante que el mundo lo sepa.









domingo, 13 de octubre de 2013

Atrato River F.C.



Quibdó puede resultar para muchos un lugar poco atractivo, pero a mí me resulta alucinante e interesante. Es una ciudad ruidosa, muy ruidosa, desordenada y con un calor húmedo y abrazador que si no se confundiera con el de su gente, resultaría insoportable.

Calles como la de la Alameda o la del Mercado están atiborradas de gente que camina casi atropellándose entre sí, esquivando los carros y, especialmente, las miles de motos que transitan por todos los lados y en todos los sentidos, pues los semáforos son casi inexistentes y las reglas de tránsito, poco respetadas.

En barrios como San Vicente se juega fútbol todo el día. Paralelamente, gente de todas las edades canta y baila en las esquinas con música en vivo o aprovechando la estridente que sale de los equipos de sonido de las casas. Este ambiente de alegría, camaradería, complicidad y solidaridad permanente que generan la música y el deporte fue lo que hizo que terminara atrapado por la ciudad y su fútbol.

En Quibdó, calles, baldíos, el cementerio y los playones del río Atrato han sido convertidos en canchas de fútbol debido a la ausencia de escenarios deportivos. En estas improvisadas canchas jóvenes, niños y mayores juegan a diario y entrenan las más de 35 escuelas de fútbol que existen en la ciudad.

Al recorrer estos lugares y las tres únicas canchas oficiales que existen, encontré historias como la de Javier Alexis, que debe caminar casi una hora de ida y otra de regreso bajo el sol inclemente para llegar a su lugar de entrenamiento y jugar con un solo guayo, pues el otro lo usa su hermano, que juega en el club rival. O la historia de Jefer, uno de los primeros jugadores chocoanos que tuvo el Santa Fe, que se lesionó en el momento que comenzaba a destacarse y tuvo que retirarse del fútbol, ingresó al Ejército como suboficial y al poco tiempo fue secuestrado por las FARC, por lo que permaneció más de 10 años en cautiverio; hoy vive de los recuerdos de sus casi glorias en el fútbol y en el Ejército Nacional.

Chocó produce más futbolistas que oro, pero nadie parece haberse dado cuenta de esta gran e inexplotada riqueza. En vez de invertir en este gran potencial, se han dedicado a destrozar los recursos naturales y a generar violencia con la megaminería, mientras que su verdadera riqueza, su potencial humano y sus deportistas siguen siendo olvidados.






jueves, 10 de octubre de 2013

Me voy para Quibdó


Próximamente estaré en el Chocó, más exactamente en Quibdó, su capital, para contarles historias individuales y colectivas vinculadas a un tema que para la gran mayoría resulta apasionante: el fútbol.

Aunque nunca he sido ni seré un aficionado, terminé atrapado por la forma en que los chocoanos han hecho de este deporte su pasión, su principal distracción, pero sobre todo su forma de vida. Niños y jóvenes ven en el fútbol la única forma de superación personal y de hacerse visibles.

De la mano de los protagonistas, recorreremos la ciudad y sus pocos y precarios escenarios deportivos. Ellos nos contarán historias de vida que reflejan el abandono, el olvido y la exclusión que han padecido históricamente.

Será un cálido y cercano encuentro con aficionados, entrenadores, niños y jóvenes deportistas que la sudan y se la gozan, pues referentes como Jackson Martínez, los Rentería (Wason y Carlos), "el Tutunendo" Valencia, Pacho Maturana, Alexis García y los más de 95 futbolistas chocoanos que se destacan en los clubes de diferentes categorías de todo el mundo, les permiten estar seguros de que, a pesar de las adversidad, su entrega y disciplina los llevarán muy lejos.

Los invito a que me acompañen en este recorrido lleno de vida, ilusiones y tesón, por esta exuberante región que ha sido poco mirada y contada por protagonistas anónimos y desde uno de sus más grandes potenciales: el fútbol.