Para mí y para casi todos los visitantes, la pregunta es por qué no se van de allí. En una vista de 360 grados, sólo se ve agua. Sin poder cubrir las necesidades básicas, con la fuerte escasez del pescado, su principal fuente de sustento, sin centro de salud, sin acueducto, sin alcantarillado y en medio del agua, pero sin agua. Ellos simplemente responden que ahí están y ahí se quedan.
Lo único que los ata es la herencia de pertenecer desde hace más de doscientos años a la Ciénaga Grande de Santa Marta. Es el caso de Nancy, don Armando, Nerys y José Julio de la Cruz, descendientes de habitantes de este pintoresco y abandonado poblado.
Al igual que sus pobladores, quiero tener la esperanza de que la ciénaga se va a recuperar y de que un día, no muy lejano, vuelva a convertirse en ese lugar mágico que describió Melquiades la primera vez que llegó a Macondo vendiendo bolas de vidrio para el dolor de cabeza: "Al sur están los pantanos, cubiertos de una eterna nata vegetal, el vasto universo de la ciénaga grande carece de límites. La ciénaga grande se confunde al occidente con una extensión acuática sin horizontes, donde había cetáceos de piel delicada con cabeza y torso de mujer, que perdían a los navegantes con el hechizo de sus tetas descomunales".