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domingo, 20 de octubre de 2013

El palabrero, un símbolo de la cultura wayúu



Aunque La Guajira siempre me atrapa, en este viaje más que quedar sorprendido con el paisaje, lo quedé con la cantidad de bolsas plásticas enredadas en los cactus, que parecen asfixiarlos. Esto evidencia el abuso y poco cuidado de los arijunas visitantes con el ambiente y deja herido el discurso cosmogónico del cuidado y el amor de las comunidades indígenas por la madre tierra.

Me sorprendió también la cantidad de camiones que transitan por los caminos invisibles del desierto que ocultan lo que transportan y que, indudablemente, me recuerdan que estoy "allá en La Guajira arriba, donde nace el contrabando". Por aquí ruedan en la ilegalidad, mercancías, licores, armas, drogas, gasolina y hasta personas.

Llegar a las rancherías y compartir con los wayúu hace que se borre esa mala impresión inicial. Las rancherías wayúu son espacios de amabilidad y convivencia. En algunos de estos territorios casi autónomos las costumbres ancestrales de esta cultura se mantienen intactas, pero en otros, han cambiado.

Por ejemplo, no en todas las rancherías se conserva el encierro de las niñas con su primera menstruación: en algunas lo siguen haciendo rigurosamente por un año y conservando las duras reglas. En otras se hace por meses y, en otras, solo por semanas o días.

Este cambio de costumbres se evidencia también en la dote o pago que reciben las familias o personas víctimas de una afrenta: antes solamente se hacía en especie: chivos, vacas, marranos, collares, mantas, etc. Ahora se recibe en dinero en efectivo, carros, casas o locales comerciales en cualquier lugar. Al ritmo que avanza la cosa, no dudo que muy pronto los palabreros anden con datáfonos en sus mochilas.

A pesar de los cambios y la "occidentalización" de la cultura wayúu, la figura del palabrero o pütchipü’u, como se le conoce en lengua wayunaiki, se mantiene intacta.

Aunque La Guajira ha sido invadida por la gran minería, el contrabando de todo tipo, los grupos armados y los comerciantes de Medio y Lejano Oriente, aquí las cárceles, los calabozos y los búnkeres no existen, pues la restitución, la reparación y la reconciliación por medio de la dote es el único castigo que se recibe como pena. A través de los siglos, el palabrero ha conservado su misión de agotar la palabra antes que la vida y este es un ejemplo que deberíamos seguir los arijunas.







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