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martes, 22 de octubre de 2013

Me despido de la Nación Wayúu



El palabrero siempre me resultó una figura inquietante y debo confesar que muchas veces su afán por pedir dote (pago) por todo, me generaba cierta incomodidad. No me sentí bien de tener que pagar por las entrevistas, por las fotografías o por la captura de cualquier imagen, estuvieran o no presentes personas dentro del encuadre.

Dando vueltas y vueltas en mi chinchorro, tratando de borrar esa sensación de que se está siendo "vacunad" a cada paso, se me ocurrieron tres hipótesis. La primera, que las comunidades se aprovechan de esa "exotización" que se ha hecho de ellas y generan una especie de identidad estratégica que se vuelve en algunos casos una fachada o un mecanismo de protección y de blindaje cultural. La segunda, que se trata de algo parecido a lo que sucede con la democracia gringa: generosa y respetuosa de la libertades en su territorio, pero voraz hacia afuera. Y la tercera, que simplemente se trata de un choque cultural: él me mira con ojos de wayúu, yo lo miro con ojos de arijuna. Y no de arijuna cachaco, sino de arijuna extranjero, lo que agrava más el asunto.

Tal vez la más acertada sea la última, o tal vez sea una mezcla de las tres, eso tendré que decantarlo. Lo cierto es que de esta visita me quedó la certeza de que a pesar de que el plástico se ha ido apoderando del desierto, La Guajira es una región potente, con personalidad, con un paisaje contundente y mágico. Y que el palabrero es un personaje con una carga ancestral, cosmogónica y cultural muy grande, digno de todo mi respeto y admiración, y que sin duda tiene mucho que aportar y enseñar al sistema normativo arijuna.




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